La grandeza y la superioridad de la ciencia natural del siglo XVI y XVII reside en que los investigadores eran todos filósofos. Ellos sabían que no había meros hechos, sino que un hecho sólo es lo que es a la luz de un concepto fundamentador y según el alcance de tal fundamentación. Martín Heidegger
Henry Tovar
Deseo referirme brevemente y de modo esencial, a un contenido
propuesto por Ana Sarelda, el cual lleva por título, "La necesidad del
título en el trabajo de investigación." Ciertamente, este requisito
suele ser materia incomoda, fundamentalmente para los investigadores, pero
también para los periodistas y aún para escritores avezados en áreas distintas
de la investigación. Esta materia parece objeto de exquisita discusión
académica, y de igual modo, materia con frecuencia poco abordada. Mi aprecio por el tiempo, y la escasez
temática sobre el tema, en mis propios anaqueles, me obliga fundamentalmente a
opinar.
Es sabido que, la correcta enunciación del título en una investigación facilita, primeramente, la focalización del problema; también el reconocimiento
inicial del texto o tema, subtexto y el contexto implícitos en una
investigación. Podría decirse que
constituye el punto inicial necesario para el planteamiento del problema. Caso
menos probable, el punto terminal de una investigación. Salvo que, como ocurre de modo infrecuente
con algunas investigaciones históricas, la precariedad documental o la
ocurrencia de determinados hallazgos,
desvíe al investigador de su objeto inicial de estudio.
Es posible y frecuente que la
enunciación inicial se modifique sucesivamente durante la fase del
planteamiento del problema, y en diversos casos, durante el desarrollo de la
investigación. A veces, es necesaria la modificación, entre otros motivos para
mejorar la sincronía entre los diversos asuntos expresados en el planteamiento
inicial, por ejemplo entre la definición y las finalidades.
La selección del título, raramente o excepcionalmente, debería
constituir un dilema en el caso de la investigación. El título debe reflejar la
naturaleza del problema, su contexto, y debe tener la rigurosidad, contraria a
la vaguedad y a la sugestividad deseables en la creación artística.
En la literatura,
propiamente hablando, los cambios radicales son más
frecuentes. En ese campo,
la selección final del título, generalmente no deja de producir cierta
angustia creadora y fértil. En la
investigación, de modo diferente a la literatura, el título es, por lo general, el
precedente deseablemente riguroso del planteamiento del problema. En la
literatura artística el título es importante, pero menos substancial. La
buena obra literaria resiste el peor de los títulos. "Basura,"
por ejemplo, título de una novela del escritor colombiano Héctor Faciolince, no
concuerda con su excelente calidad novelística. O bien "La Ostentación de
la Ignorancia" o "Buchipluma", son títulos bastante retóricos,
superiores a las obras de sus autores, cuyos nombres ahora no recuerdo. O bien, "La Ballena Rosada de
Jonás," novela con título poético, bastante sugerente, de un libidinoso
escritor argentino. En fin, en literatura el título puede ser garbozo, agudo,
exquisito, o contrariamente: inexpresivo, anodino o ñoño.
El problema del título es tópico poco abordado, con profundidad, por los
metodólogos. Pareciera que no constituye
un problema de primerísimo orden para la investigación, no así el carácter
metodológico de la propuesta. El marco conceptual, en cual se analiza el
problema, es el que condiciona las posibles orientaciones de la investigación.
Eso lo intuyó Martín Heidegger, quien
escribió ¿Qué es la Cosa?,
propuesta filosófica y libro de doscientas catorce páginas (parece ocioso),
escrito para explicar ¿Qué es la cosa?, una cosa, cualquier cosa.
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