Henry Tovar
Parece impertinente, decir que el proceso
democrático en Venezuela no comienza en 1958. El parecer generalizado de
historiadores venezolanos, señala su comienzo en 1936 con la muerte de Gómez. Adquiere
notoriedad a partir de 1941 con la presidencia de Medina, hasta el 18 de
octubre de 1945, momento aciago en el cual, el mediáticamente llamado “padre de la democracia,” aborta
el proceso, que luego a él corresponderá reiniciar en 1958. El proceso iniciado
por el general Eleazar López Contreras, ha sido reconocidamente distinguido
como democrático. Pero tiene además, otras significaciones, su gobierno acontece
en un momento histórico en el cual
prevalece el analfabetismo, la ausencia de una cultura política de masas,
acendrada para el ejercicio de la democracia, una presencia incipiente de sindicatos
y de instituciones político-partidistas.
A pesar de esta realidad, López propicia
un régimen de prácticas democráticas, las cuales abarcan, elecciones populares,
libertad de expresión, ausencia de presos políticos, aceptación y promoción de
las organizaciones partidistas, con algunas limitaciones. La realidad política
y social que él hereda, ¿podía ser compatible con la implantación inmediata de
la democracia representativa, a través
del voto directo y universal para elegir al Presidente de República? ¿Estaban los partidos, nacientes de la
federación de estudiantes, en capacidad de ofrecer un proyecto de país? ¿Tenían los cuadros políticos
necesarios para someter democráticamente aquel país, metaforizado como “cuero
seco” por Guzmán Blanco? ¿Tienen los pueblos la democracia que quieren o la que
pueden, conforme a sus costumbres y nivel desarrollo? El presidente Medina,
sucesor de Eleazar López, continúa y profundiza las prácticas democráticas,
pero su ejemplo no fue suficiente para mitigar el romanticismo o la ambición de
quienes se embarcaron en la aventura del 18 de octubre. Todavía estamos pagando
el costo de haber abortado un proceso que no tenía dueño, sino dolientes. Las
organizaciones auténticamente democráticas de aquel entonces, rechazaron los
medios con los cuales se pretendía instaurar un modelo, que no había madurado
lo suficiente en un país con 67% de analfabetas. El mismo golpe de Estado
parece explicar la inmadurez política y democrática de
Pareciera que todavía, y más aún en el 45,
se justificara aquella tesis de Vallenilla Lanz, sobre la necesidad de un
gendarme para convivir civilizadamente, en países como el nuestro. En estos
días, cuando los rumores de golpe de Estado, nos amenazan con poner a los
militares como intermediarios en el ejercicio de la política en Venezuela,
vienen a nuestra memoria aquellas afirmaciones, expresadas en El Cesarismo Democrático, según el cual, una sociedad, cuando llega al extremo de que sus hombres sólo
ejercitan los medios de la violencia, reconoce su incapacidad para
gobernarse por la sola virtud de las leyes y no
encontrará reposo sino al abrigo del
despotismo, y no respetará otros
gobiernos que aquellos
que le hieran,
y no tendrá
más derechos, que aquellos que
le conceda la
voluntad del sable
que le domine. Palabras
terribles, cuyo contenido también denuncia a quienes, por medios distintos a
las armas, se han acostumbrado a ejercitar la violencia política, a través de
la difamación y el chantaje, para hacer
ingobernable a esta república permanentemente provisional. ¿Querrán inventarse
una VI República?
Es
preciso señalar que con la muerte de Gómez y la llegada al poder del general
Contreras, surgen en Venezuela los partidos políticos de masas y con
ellos el tránsito hacia la democracia, No obstante, sería injusto no reconocer
que las democracias que
hemos tenido, también han
servido para sacar al país del
atraso en cual estuvo hasta
la época de Juan V. Gómez. La masificación de la
educación y la construcción de una cultura democrática, constituyen
algunos de sus más notorios aportes.
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